Álvaro de Mendaña
EL BUSCADOR BERCIANO DE ELDORADO.

Era este uno de esos típicos casos de navegantes y
descubridores españoles. Como en muchos otros, malogrado, en cierta forma. Sus
méritos fueron brillantes pero las sucesivas expediciones que dirigió e inspiró
empezaron con muchas esperanzas de nuevos Eldorados y acabaron de parecida forma que esa otra:
desastrosa y con pocas glorias (recordamos pues el desastre del contemporáneo Lope
de Aguirre y su famosa búsqueda del Dorado), si bien -como es el caso- con la ganancia
del descubrimiento de nuevos territorios y la increíble hazaña de largos y
prolongados viajes para aquella época del siglo XVI, llegándose a tierras que
sólo pisarían los europeos de nuevo hacia el siglo XVIII con ingleses como Cook
(1774) que reclamarían finalmente para Inglaterra las tierras ya descubiertas siglos
antes por este ilustre berciano.
Don Álvaro nace según parece en Congosto (1542) aunque su solar
estaría establecido en el señorío de San Pedro Castañero, casa de los Mendaña,
pequeña nobleza e hidalgos bercianos con inciertos orígenes gallegos. Se nos lo
describe físicamente con motivo de su registro en la Casa de Contratación de Indias, antes de embarcar, como “hombre joven, más bien rubio”. Por la familia de su madre, de la
rama de los Castro gallegos tiene un tío que es virrey interino del Perú a donde se
traslada a probar fortuna y en busca de
aventuras. Allí le llega el rumor y leyenda de la Terra Australis Incognita,
supuestamente un inmenso continente como América que estaría situado en el misterioso
Pacífico sur (aquel océano descubierto unos años antes por Vasco Núñez de Balboa,
por cierto otro conquistador de ciertos orígenes bercianos al estar según
parece su solar remoto en el Castillo de Balboa). Igualmente nuevas relatos
surgen al respecto de las tierras de Ofir, donde el mítico rey hebreo Salomón
extraía sus riquezas de oro, minas legendarias, muy pobladas y llenas de
tesoros. De nuevo el muy clásico fenómeno de El Dorado que cautivó a tantos
conquistadores españoles o propagandísticamente a sus seguidores, más o menos
afortunados.

Cuando las provisiones escasean y surgen enfrentamientos con los indígenas que llegan a canibalizar algunas víctimas españolas, apesadumbrado decide retornar. Siguiendo la ruta norte, enlazando con la usada habitualmente por el galeón del Tesoro de Manila, atraca en Acapulco el 22 de julio de 1569, culminando su largo periplo en el que fallecieran 35 de sus tripulantes.
Su pretensión es organizar una segunda expedición ya que
tiene la esperanza de hallar quizás no ya el continente ignoto o la quimera de
Ofir, sí al menos tierras que poblar y cristianizar, el objetivo principal
sería establecer una colonia en las Islas Salomón para evitar que los piratas ingleses
probaran a hacerlo y para controlar sus correrías por el Pacífico. Sin embargo si
bien la Corona le confirma su apoyo –se entrevista pronto con Felipe II en El
Escorial-, las pocas ganancias (de oro sólo encontraron algunas pepitas) y
perspectivas ocasionadas por su anterior viaje –e incluso investigaciones y
rumores negativos sobre el desastroso periplo-no logran convencer a los
virreyes ni mercaderes que han de proveer su flota. Con todo, finalmente, 26 años después
de su primera expedición logra organizar una segunda.

Con el título de Adelantado y Almirante de los Mares del Sur
se dirige decidido hacia las Salomón el 16 de Junio de 1595. Por el camino topa
con unas nuevas islas, que nombra Islas Marquesas de Mendoza –todavía hoy Islas
Marquesas- en honor del virrey de Perú que patrocinó su viaje, el Marqués de
Cañete, García Hurtado de Mendoza, permanece allí efímeramente ya que tiene
encuentros violentos con los nativos polinesios. Reemprende el viaje, pasando
frente a las futuras Islas Cook y cerca de un volcán en erupción (el Tinakula) que
contempla y describe con espanto cual puertas del Infierno, allí pierde una de
las naves –santa Isabel- cuyo destino al igual que el de sus 182 tripulantes sería desconocido.

Mendaña cae gravemente enfermo de malaria y pierde el
control de la situación. Baja más la disciplina, las enfermedades van diezmando
los pobladores, se comenten nuevos excesos y malentendidos que provocan guerras
con los indígenas, así mismo hay desesperados intentos internos de motín buscando
un regreso a Lima ante lo a todas luces defraudoso de la expedición “a dónde
nos han traído, que lugar es éste dónde no saldrá hombre”, Marino alimenta
estas rebeliones. Se produce una pequeña
guerra civil en la que muere el traidor Marino pero sus hombres asesinan a un
cacique amistoso lo cual lleva la situación de los españoles al extremo, al
asesino lo apresaron y condujeron a una de las naves donde lo dejaron que se
consumiera de sed aunque nada sirvió para contentar a los indígenas.
Todo empeora aun más cuando fallece víctima de las fiebres Don Álvaro el 18 de
Octubre de 1595 que siempre había procurado un entendimiento pacífico y hasta respetuoso
con los melanesios. Queda en el mando por breve tiempo un belicoso Lorenzo
Barreto, hermano de su mujer hasta que fallece de un flechazo, al poco muere hasta el vicario castrense que le diera la extrema unción a causa de la malaria. La esposa de Mendaña,
legítimamente se hace con el poder y pasaría a la
historia universal como la primera y única mujer Almirante y Adelantada, capitana
de los Mares del Sur, Doña Isabel Barreto. Dotada de un duro carácter y por el respeto o tal vez suerte
de enamoramiento que ejercía sobre sus hombres, trata de enderezar el entuerto, incluso preside consejos de guerra en los que varios rebeldes de la
hueste española son ahorcados. La situación era sin embargo
demasiado crítica, se decide
pues llevar los restos de la expedición de vuelta, emprendiendo una penosa travesía
dirección a las Filipinas españolas llegando a Manila, el 11 de Febrero de 1596 solamente uno
–el San Gerónimo- de los cuatro galeones que partieron.
Tanto Quirós como Mendaña fueron quizás unos cautivos
europeos, los primeros, como el pintor Paul Gauguin, de los misterios de la Melanesia.
Las Islas de la Imprudencia que llamara Robert Graves al titular esa obra que
trata irónicamente el viaje de nuestro berciano, o aquellas terribles y
salvajes, como las describiera igualmente Jack London.
“Y con eso se acabó la tragedia de las Islas donde faltó
Salomón. Esto es, la prudencia”.