viernes, marzo 02, 2007

Enrique Gil y Carrasco, berciano universal


Enrique Gil y Carrasco fue uno de los más insignes escritores españoles, y quizás una de las personalidades bercianas de mayor talla internacional.Es indiscutiblemente la figura más importante de la novela histórica del Romanticismo español con “El Señor de Bembibre”, grandioso émulo hispano de "Ivanhoe" de Sir Walter Scott.
Como tantos otros bercianos ilustres, sus orígenes eran foráneos pero llegó a querer y considerar su región más que muchos de sus naturales. Su padre, Juan Gil y Bas procedía de Peñalcázar (Soria) y llegó a Villafranca del Bierzo como administrador de los bienes de los marqueses de la villa. Su madre, Manuela Carrasco era de Toro (Zamora). De este matrimonio nació en Villafranca, el 15 de Julio de 1815, el poeta.
Es sus obras se ha echado en falta referencias a su emblemática villa natal, algunos investigadores lo aducen a ciertos pleitos habidos entre su padre y los marqueses referidos a ciertos vacíos en las cuentas por los que Juan Gil fue expulsado. Tras ello la familia se trasladaría en 1823 a Ponferrada –la casa familiar está siendo restaurada actualmente- como administradores de las Rentas Reales, hay quien ve en ello su preferencia por la villa del Sil que elogia en tantas de sus obras, remarcando el vacío inexplicable con respecto a la villa del Burbia que le vió nacer.
Enrique estudió en el colegio de los Padres Agustinos –actual I.E.S “Gil y Carrasco”, en su honor- entre 1823 y 1828. Tras ello continuaría sus estudios en el monasterio benedictino de Vega de Espinareda y posteriormente en el Seminario de Astorga. A partir de su marcha para Astorga ya nunca volvería a residir permanentemente en El Bierzo, regresando sólo en breves periodos de vacaciones o por enfermedad.
Entre 1831-36 residió en Valladolid donde comenzó la carrera de Leyes en su Universidad. Fue entonces cuando entro en el mundillo de los escritores románticos, trabando amistades y contactos con autores como Juan María de Ulloa, José Zorrilla y Miguel de los Santos Álvarez.
Durante los periodos vacacionales regresaba a Ponferrada donde descubriría ahora dos de sus pasiones: el propio Bierzo y su silenciado amor, Juana Bailina. Comenzó a hacer excursiones y descubrir los paisajes mas destacados de su Comarca y entorno, su agudo espíritu observador pronto definió toda el área del noroeste español (Galicia, Asturias y León) como una unidad propia, histórica y cultural, dentro del mosaico étnico español. De la inspiración surgida de estas excursiones veraniegas beberían las obras del escritor, como muchos de sus posteriores artículos en el Semanario Pintoresco Español. En estos momentos haría uno de sus mejores amigos, Guillermo Bailina, cuya hermana fue objetivo de su callado amor –clásico en los escritores del romanticismo- hasta su temprana muerte en 1837, “era una doncella de ojos negros, de frente melancólica y sonrisa angelical” (El anochecer en San Antonio de la Florida), semblante que nos recuerda también al personaje de Doña Beatriz de Osorio; su fallecimiento le sirve de inspiración en Sentimientos Perdidos (1838).
En 1836 junto al hermano de su amada marcha a Madrid donde prosigue se carrera de Leyes que finalmente parece que nunca terminaría. Allí iniciaría una cierta vida bohemia, alejado de su familia a la que no visitaría ni con motivo de la muerte de su padre del que se había distanciado. Por mediación de sus amistades vallisoletanas entraría en el círculo de la tertulia del Café del Príncipe “El Parnasillo” (también en “El Ateneo” y “El Liceo”) donde establecería amistad con Espronceda y se codearía con Larra, Bretón de los Herreros o Escosura. Asistiría el entierro de Larra, donde se dio a conocer el genio de Zorrilla con su famoso elogio al “gran suicida”.
Gracias a Espronceda comenzaría a publicar sus obras en dos importantes periódicos nacionales “El Español” y “ El Correo Nacional” desde 1837 (Un Recuerdo de los Templarios, El anochecer en San Antonio de la Florida...), publicaría artículos en el Semanario Pintoresco Español (“ La España Pintoresca”, “La Catedral de León”, “El castillo de Simancas y Descripción del Archivo General del Reino –su primer escrito-”). Recibiría críticas gratas con poemas como ”El Cisne sin lago”, “Polonia”, “El Sil”, “A Blanca y Paz” (al parecer su nuevo amor). También ejercería como un brillante crítico teatral desde donde se iniciaría en el Periodismo, colaborando con autores como Mesonero Romanos.
Hacia 1839 comenzó a sufrir de tuberculosis lo que le obligo a regresar a Ponferrada donde sin embargo encontraría de nuevo la inspiración en sus excursiones campestres y casi arqueológicas. Escribiría su primera novela “El Lago de Carucedo” y comenzaría a gestarse “El Señor de Bembibre” que perfilaría cuando en 1840 pasa a trabajar en la Biblioteca Nacional donde encontraría fuentes sobre la disolución de la Orden del Temple. Participa en la colección “Los españoles pintados por si mismos” donde rehuye el pobre costumbrismo de la obra, que incide en general en los tópicos y lo caricaturesco, y por contra hace profundas y críticas descripciones sobre los maragatos o la triste situación de los segadores gallegos.
Para algunos autores su obra poética sería precedente e incluso fuente de inspiración para Gustavo Adolfo Bécquer, con el que compartía el mecenazgo de González Bravo, sin embargo no está del todo contrastado.
La muerte en 1842 de familiares y su gran amigo Espronceda a quien honro con una elegía, abaten al autor que regresa al Bierzo y termina de escribir “Bosquejo de un viaje a una provincia del interior” y “El Señor de Bembibre” (1843) del que encarga su impresión.
En 1844 su vida pega un vuelco. Se produce la llegada de su amigo Luis González Bravo al poder (como presidente del Consejo de Ministros) el cual decide darle a Enrique Gil el importante cargo de Secretario de la legación española en Prusia, como parte de las maniobras del gobierno para hacer valer internacionalmente la monarquía isabelina, al haberse roto las relaciones diplomáticas como consecuencia del apoyo europeo al carlismo. Su misión inicial era teóricamente informativa sobre la capacidad industrial y comercial de Prusia, mostrada en la exposición del Zollverein berlinés. Sin embargo acabado este último, Gil queda en la ciudad con la nueva misión de entablar negociaciones de cara a restablecer una embajada permanente y posibilitar las relaciones comerciales mutuas. Gil cumpliría sobradamente su papel, siendo restablecida definitivamente la diplomacia entre ambos paises en 1848, poco tiempo después de la temprana muerte del escritor.
Al poco de recibir su encargo comienza a aprender alemán, el cual domianará a la perfección –como el inglés y francés- en poco mas de seis meses. En su diario de viaje hace una concienzuda y descriptiva observación de los lugares por los que pasa –como era parte de su nuevo cometido- desde Valencia a Berlín atravesando Francia (París, el valle del Sena, Rouen), Bélgica y Holanda y varios lander alemanes (Postdam, Francfort, Hannover, Magdeburgo). En Berlín, capital de Prusia, conocería al Barón Alexander de Humboldt que mostró una afectuosa y protectora amistad por el español, al que presentaría a la clase dirigente prusiana. Entre ellos al príncipe Carlos a cuya esposa daría clases de español, al barón Von Büllow –ministro de Asuntos exteriores- y al propio rey Federico Guillermo IV, asistiendo a varias cenas oficiales por invitación de la familia real germana.
Sin embargo la tuberculosis seguía su labor de zapa y en 1845 su salud está tan profundamente quebrada que enciende la alarma en su médico alemán que le prescribe un periodo de descanso en Niza, sin embargo no tendría tiempo de tomarlo. Recibe un varios ejemplares de “El Señor de Bembibre” acabados de imprimir que reparte entre sus amistades alemanas. Por recomendación de Humboldt hace embellecer uno de los ejemplares que es entregado, por manos del propio barón, como presente al rey prusiano el día de Navidad. El monarca sabía castellano y disfrutó de la novela, haciéndo incluso que le trajeran mapas para situar en ellos el Bierzo y sus lugares, como consecuencia concedió a Gil la gran medalla de oro de las artes y las letras ("Auszeichnung der Großen Verdienstmedaille in Gold"), reservada a las personalidades de relevancia artística, para corresponderlo Gil logra la gran Cruz de la Orden de Carlos III que entrega a Humboldt.
Poco después en febrero de 1846 recibe la visita de su amigo José de Urbistondo que lo encuentra ya en plena agonía por su enfermedad, al día siguiente 22 de febrero fallece en soledad en su piso berlinés de la céntrica calle Dorotheenstraße 39 (donde una placa conmemorativa recuerda estos hechos desde el 2000), acompañado sólo por su criado alemán. Su muerte jóven, melancólica y en tierra extraña ejemplifica el propio sentir romántico del que tantos ejemplos tenemos en otros autores y en la propia obra de nuestro gran escritor en forma casi de premonición, cuando parece predecir su temprano final:
“Oh, morir solo en ignorada tierra, yo que amor tuve y cariñoso hogar, yo que miré de la gigante sierra las aguas de mi patria resbalar!” ("Meditación").
"Yo no tengo ni una madre ni una esposa
que vengan a llorar en mi ataúd
ni quien escriba en la extranjera losa
las penas de mi amarga juventud" ("El cautivo").

Fue enterrado en el cementerio católico berlinés de Santa Eduvigis (Friedhof der Hedwigsgemeinde) a cuyo sepelio acudieron Juan Urbistondo –que costeó un monumento funerario con una cruz- y su amigo Humboldt. Varios periodicos y autores se hacen eco de su muerte, extendiéndose la falsa leyenda de su fallecimiento en un duelo amoroso. Algunas personalidades visitarían posteriormente su sepulcro como Eulogio Florentino Sanz o Gómez Núñez, este último ya en 1924 pedía su repatriación y criticaba esta costumbre tan española de condenar a sus grandes hombres a yacer en el “desierto del olvido”. La propiedad de la tumba caducaría en 1882, en cuyo lugar sería enterrado Peter Reichemperger, creyéndose por un tiempo sus restos desaparecidos.
Gran parte de sus últimos escritos y enseres, custodiados en la embajada española de Berlín, desaparecieron durante la Segunda Guerra Mundial, en un pavoroso incendio en 1944. Sin embargo algunas de sus notas serían preservadas por César Morán en su obra de 1925 “Por tierras de León”.
Finalmente su repatriación se produjo en 1987, bajo los auspicios de su gran biógrafo, el profesor Picoche.Se dió descanso final a sus restos en la Iglesia de San Francisco de Villafranca del Bierzo, paradójicamente en la villa a la que tan poco quería recordar nuestro querido escritor.
Para saber más:
"Bosquejo de un viaje a una provincia del interior" edición de María Paz Díez Taboada, Instituto Leonés de Cultura, 1985
"Un romántico español: Enrique Gil y Carrasco" Jan-Louis Picoche. Madrid, Gredos, 1978