miércoles, noviembre 14, 2012

Álvaro de Mendaña


EL BUSCADOR BERCIANO DE ELDORADO.
Conocido es este nombre en El Bierzo al llamarse así uno de los Institutos ponferradinos más importantes de la Comarca. Sin embargo es muy desconocido el personaje que le da nombre, su vida u origen han sido obscuros, aunque recientemente algunos estudiosos han volcado más luz en su biografía, como Vicente Fernández Vázquez y Luis Pancorbo.
Era este uno de esos típicos casos de navegantes y descubridores españoles. Como en muchos otros, malogrado, en cierta forma. Sus méritos fueron brillantes pero las sucesivas expediciones que dirigió e inspiró empezaron con muchas esperanzas de nuevos Eldorados y acabaron de parecida forma que esa otra: desastrosa y con pocas glorias (recordamos pues el desastre del contemporáneo Lope de Aguirre y su famosa búsqueda del Dorado), si bien -como es el caso- con la ganancia del descubrimiento de nuevos territorios y la increíble hazaña de largos y prolongados viajes para aquella época del siglo XVI, llegándose a tierras que sólo pisarían los europeos de nuevo hacia el siglo XVIII con ingleses como Cook (1774) que reclamarían finalmente para Inglaterra las tierras ya descubiertas siglos antes por este ilustre berciano.
Don Álvaro nace según parece en Congosto (1542) aunque su solar estaría establecido en el señorío de San Pedro Castañero, casa de los Mendaña, pequeña nobleza e hidalgos bercianos con inciertos orígenes gallegos. Se nos lo describe físicamente con motivo de su registro en la Casa de Contratación de Indias, antes de embarcar, como “hombre joven, más bien rubio”. Por la familia de su madre, de la rama de los Castro gallegos tiene un tío que es virrey interino del Perú a donde se traslada a probar fortuna  y en busca de aventuras. Allí le llega el rumor y leyenda de la Terra Australis Incognita, supuestamente un inmenso continente como América que estaría situado en el misterioso Pacífico sur (aquel océano descubierto unos años antes por Vasco Núñez de Balboa, por cierto otro conquistador de ciertos orígenes bercianos al estar según parece su solar remoto en el Castillo de Balboa). Igualmente nuevas relatos surgen al respecto de las tierras de Ofir, donde el mítico rey hebreo Salomón extraía sus riquezas de oro, minas legendarias, muy pobladas y llenas de tesoros. De nuevo el muy clásico fenómeno de El Dorado que cautivó a tantos conquistadores españoles o propagandísticamente a sus seguidores, más o menos afortunados.
Con ayuda del Virrey el jóven berciano organiza una primera expedición bastante humilde en medios –dos naves y 160 hombres-  pero no en esfuerzos ya que tras partir de El Callao el 19 de Noviembre de 1567 atraviesan el Pacífico llegando un 7 de Febrero de 1568, sin a penas escalas (por el camino se topan con la “isla de los Salvajes” como la llamaría siglos después Cook), a las que nombraría  –y se llaman todavía- Islas Salomón, en honor de la fábula que los impulsaba (prefiere quizás prudentemente no llamarlas Ofir). Durante medio año descubrieron una veintena de islas,  entre ellas las Guadalcanal (por el pueblo de Sevilla originario de uno de sus marinos), futuro escenario de la importante batalla de la Segunda Guerra mundial.  Toma cierto contacto con los lugareños, incluso aprendiendo nociones de sus lenguas con las que logra comunicarse con algunos de sus caciques, unos abiertamente amistosos como aquel que no paraba de repetir “Mendaña, Mendaña” para acordarse del nombre de su amigo al cual pregunta también dónde está el Rey de Castilla (Felipe II); otros, más extraños, quedando horrorizado ante el amistoso regalo de uno de ellos, un brazo con su mano el cual directamente entierra Mendaña frente al jefe antropófago, para su asombro y desconcierto, pronunciándole en lengua nativa “yo no lo como”. Igualmente rechaza a los jefes tribales que le ofrecen hasta tres mujeres a la vez.
Cuando las provisiones escasean y surgen enfrentamientos con los indígenas que llegan a canibalizar algunas víctimas españolas, apesadumbrado decide retornar. Siguiendo la ruta norte, enlazando con la usada habitualmente por el galeón del Tesoro de Manila, atraca en Acapulco el 22 de julio de 1569, culminando su largo periplo en el que fallecieran 35 de sus tripulantes.
Su pretensión es organizar una segunda expedición ya que tiene la esperanza de hallar quizás no ya el continente ignoto o la quimera de Ofir, sí al menos tierras que poblar y cristianizar, el objetivo principal sería establecer una colonia en las Islas Salomón para evitar que los piratas ingleses probaran a hacerlo y para controlar sus correrías por el Pacífico. Sin embargo si bien la Corona le confirma su apoyo –se entrevista pronto con Felipe II en El Escorial-, las pocas ganancias (de oro sólo encontraron algunas pepitas) y perspectivas ocasionadas por su anterior viaje –e incluso investigaciones y rumores negativos sobre el desastroso periplo-no logran convencer a los virreyes ni mercaderes que han de proveer su flota. Con todo, finalmente, 26 años después de su primera expedición logra organizar una segunda.
Más ambiciosa y mejor organizada cuenta en su segundo y último viaje con cuatro grandes barcos y 430 personas con las que fundar una nueva colonia. Entre ellos esclavos, semillas, aperos, ganado, y efectivamente pobladores junto a decenas de mujeres como su propia esposa: una gallega asentada en Lima de ascendencia portuguesa y alcurnia navegante, la singular Isabel de Barreto que por pertenecer al séquito del nuevo virrey peruano le abre las puertas del viaje (anteriormente parece que tuvo Don Álvaro un romance con nada menos que una hermana de Miguel de Cervantes). Como lugarteniente tiene a un avispado navegante portugués, Don Pedro Fernández de Quirós.
Con el título de Adelantado y Almirante de los Mares del Sur se dirige decidido hacia las Salomón el 16 de Junio de 1595. Por el camino topa con unas nuevas islas, que nombra Islas Marquesas de Mendoza –todavía hoy Islas Marquesas- en honor del virrey de Perú que patrocinó su viaje, el Marqués de Cañete, García Hurtado de Mendoza, permanece allí efímeramente ya que tiene encuentros violentos con los nativos polinesios. Reemprende el viaje, pasando frente a las futuras Islas Cook y cerca de un volcán en erupción (el Tinakula) que contempla y describe con espanto cual puertas del Infierno, allí pierde una de las naves –santa Isabel- cuyo destino al igual que el de sus 182 tripulantes sería desconocido. 
Llega por fin al extremo sur de las Salomón, Mendaña se siente perdido al no comprender nada la lengua de esas regiones (hay más de 111 idiomas en las Salomón)ni reconocer los lugares vistos en su anterior viaje, situados en el extremo norte del extenso archipiélago. Tras nuevos choques con los nativos protagonizados por uno de sus subalternos, maese Pedro Marino que cual Lope de Aguirre era propenso a tirar de la espada, pronto funda la Colonia de Santa Cruz, de corto e infausto recuerdo.
Mendaña cae gravemente enfermo de malaria y pierde el control de la situación. Baja más la disciplina, las enfermedades van diezmando los pobladores, se comenten nuevos excesos y malentendidos que provocan guerras con los indígenas, así mismo hay desesperados intentos internos de motín buscando un regreso a Lima ante lo a todas luces defraudoso de la expedición “a dónde nos han traído, que lugar es éste dónde no saldrá hombre”, Marino alimenta estas rebeliones.  Se produce una pequeña guerra civil en la que muere el traidor Marino pero sus hombres asesinan a un cacique amistoso lo cual lleva la situación de los españoles al extremo, al asesino lo apresaron y condujeron a una de las naves donde lo dejaron que se consumiera de sed aunque nada sirvió para contentar a los indígenas.
Todo empeora aun más cuando fallece víctima de las fiebres Don Álvaro el 18 de Octubre de 1595 que siempre había procurado un entendimiento pacífico y hasta respetuoso con los melanesios. Queda en el mando por breve tiempo un belicoso Lorenzo Barreto, hermano de su mujer hasta que fallece de un flechazo, al poco muere hasta el vicario castrense que le diera la extrema unción a causa de la malaria. La esposa de Mendaña, legítimamente se hace con el poder y pasaría a la historia universal como la primera y única mujer Almirante y Adelantada, capitana de los Mares del Sur, Doña Isabel Barreto. Dotada de un duro carácter y por el respeto o tal vez suerte de enamoramiento que ejercía sobre sus hombres, trata de enderezar el entuerto, incluso preside consejos de guerra en los que varios rebeldes de la hueste española son ahorcados. La situación era sin embargo demasiado crítica, se decide pues llevar los restos de la expedición de vuelta, emprendiendo una penosa travesía dirección a las Filipinas españolas llegando a Manila, el 11 de Febrero de 1596 solamente uno –el San Gerónimo- de los cuatro galeones que partieron.
No terminaría aun del todo la aventura equinoccial de Mendaña, pues todavía aquel portugués capitán de uno de sus barcos, Fernández de Quirós, después de querer usurpar algunos méritos a su Adelantado logra organizar una tercera expedición en 1606 en la que tras deambular descubriendo zonas como las Islas Nuevas Hébridas y del Espíritu Santo cosecha aun mayores fracasos, a su vuelta llega a ser tomado por loco cayendo en la mendicidad, aunque nunca abandonaría el sueño de Mendaña por descubrir la Tierra Australis, en cuya pretensión muere todavía en Panamá en 1614 tratando de convencer al virrey de nuevas aventuras. Hay quien dice que el portugués lograra descubrir finalmente la propia Australia aunque no la reconociera como continente, siendo el primer europeo que la pisara.
Tanto Quirós como Mendaña fueron quizás unos cautivos europeos, los primeros, como el pintor Paul Gauguin, de los misterios de la Melanesia. Las Islas de la Imprudencia que llamara Robert Graves al titular esa obra que trata irónicamente el viaje de nuestro berciano, o aquellas terribles y salvajes, como las describiera igualmente Jack London.
“Y con eso se acabó la tragedia de las Islas donde faltó Salomón. Esto es, la prudencia”.

Isidro Rueda


UN LIBERAL MODERADO PONFERRADINO COMPROMETIDO.
Nuestro personaje pertenece a esa generación de prohombres bercianos decimonónicos que hemos tratado en tantas ocasiones, como sus amigos y convecinos Mateo Garza, Nemesio Fernández, o Pascual Fernández Baeza. Como ellos procedente de una burguesía acomodada, caracterizada por su liberalismo, moderado en el caso de Rueda, que acabara con el Antiguo Régimen y luchase en la Guerra de la Independencia llegando a la Constitución de Cádiz, la cual fuera siempre un tomo privilegiado de la amplia biblioteca de Isidro Rueda y su familia. Pudiera haberse dedicado a una tranquila vida como terrateniente pero desde el principio se vio comprometido con la política y la sociedad de su ciudad, Ponferrada, de la cual se convertiría en uno de sus personajes históricos más importantes y que en buena parte perfilase el futuro progreso de la comarca en el siglo siguiente (XX). Su estudio biográfico moderno se lo debemos a los profesores Vicente Fernández Vázquez y Miguel García González.
Nace el 15 de Mayo de 1821 a la sombra de la basílica de la Encina en la que tenía su familia una de las mejores casas de la ciudad. Estudiaría derecho en Madrid y combatiría en las Milicias contra los carlistas por lo que recibiría algunas distinciones. La temprana muerte de su padre le lleva a hacerse cargo de los negocios familiares y dejar bastante de lado la carrera de la abogacía. Sin embargo se muestra como vivo y progresista en sus acciones, al realizar varias inversiones como cuando con motivo de la desamortización logra hacerse con los terrenos de la Dehesa de Fabero, la cual pone en explotación de regadío construyendo la hacienda de la Villa Alegre, en la cual invertiría más que cualquier ganancia que lograse, pero logra su verdadera finalidad que era la de modernizar el campo berciano.
Pronto entra en política con cargos en la alcaldía y por méritos sería nombrado alcalde en varios mandatos. Si bien era liberal, lo era moderado, opuesto a los progresistas anticlericales y republicanos, ya que su faceta religiosa era clara por su ambiente familiar que contaba con varios clérigos, así como cierta oposición al sufragio universal por considerar las dificultades que tenía un pueblo inculto para ejercer este derecho, así mismo era un devoto monárquico como ilustra el que se le concediese la cruz de Isabel La Católica, entendía que la gobernación debía ejercerse de acuerdo a las costumbres, tradiciones e historia del país. Su inspiración era el teórico ilustrado italiano Cayetano Filangieri autor de “Ciencia de la Legislación” (1788) que tendría así mismo como seguidores a grandes políticos como Benjamin Franklin.
Sin embargo su progreso, bien entendido, era práctico y en su actividad política frenética conseguiría muchos logros a los cuales cualquier berciano actual todavía estaría agradecido de conocer su autoría y circunstancias. Quizás su agudo paternalismo por la ciudad, en el cual llegara a invertir de su propia mano cuando faltara el presupuesto, como primer contribuyente de la ciudad que era, probablemente radique en su carencia de descendencia a pesar de la felicidad de su matrimonio con otra acaudalada berciana.
Entre las cosas que le debemos figura la conservación patrimonial del Castillo de Ponferrada, ya que como vocal de la Junta de Patrimonio del Partido de Ponferrada lograse alejarlo de las manos del marqués de Villafranca que estaba procediendo a derruir los vetustos muros del castillo como cantera y convertirlo en pupérrima huerta con excusa de explotar las más exiguas ganancias.
Consciente de la necesidad de mejorar las pobres comunicaciones de la ciudad y la comarca que la mantenían postrada frente a otras zonas de la Nación, logra el proyecto y obra de tres carreteras, la que se dirigía a Orense, otra a Asturias y la variación del camino Real Madrid La Coruña que sorteaba hasta entonces la ciudad al pasar desde Bembibre a Cacabelos por Congosto, Rueda logra que atraviese la ciudad. Así mismo en su época se produce la entrada tardía del Ferrocarril con la línea Palencia-La Coruña. En estos proyectos llega Rueda a poner dinero de su mano con el fin de que no quedasen varados en la crónica falta de presupuestos. Su visión de futuro en esta apertura de comunicaciones lo ilustra en su emocionada alocución con motivo de la apertura de las obras de la variación de la carretera nacional: “Si se logra, los bienes serán muy grandes, si no se consigue, porque habremos justificado el deseo de que Ponferrada sea en lo sucesivo tan afortunada y feliz como desgraciada hasta hoy ha sido”.
Igualmente, aficionado a canalizar, busca para la ciudad el garantizar una traída de agua potable constante, construyendo un canal desde un manantial en Santo Tomás de las Ollas, proyecto que sin embargo con los años acabaría fracasando ante la maldad de paisanos que trataban de hacerse con el agua de la presa. Igualmente pone capitales de su bolsillo para el infructuoso proyecto.
Siempre movido en un ambiente familiar culto y gustoso de la cultura ya como miembro y director de la Sociedad del Teatro de Ponferrada o de la Real Sociedad Económica de Amigos del país del Bierzo de la que fuera su padre, con gran esfuerzo y de nuevo llegando a pagar el mismo a los profesores, consigue la instauración de un Instituto de Segunda Enseñanza para Ponferrada,  algo comúnmente sólo privilegio de las capitales de provincia y clases acaudaladas, lo sitúa en el desamortizado colegio de los Agustinos donde se sitúa actualmente el heredero Instituto Gil y Carrasco. Llega a conseguir el pago gratuito de las matrículas de los alumnos sin recursos. Por todo ello sería director del centro durante años a pesar de su oposición y no ser docente del mismo.
Fallece tras una larga vida de compromiso con su ciudad, en 1903, con 82 años de edad. Deseó una tumba austera y un recuerdo sencillo, aunque el ayuntamiento le colmase con el nombre de una calle principal de la ciudad a la que dio su nombre, la actual calle del Reloj, hasta 1980 Calle Isidro Rueda. Un auténtico prohombre que como el mismo reconoció en sus últimas palabras se movía sólo “por el afecto que profeso a esta Villa, la idea de su mejoramiento y prosperidad, y creo haberlo demostrado en la medida que me lo han permitido mis escasas fuerzas, valor y recursos”. Su figura aunque estuvo presente durante los inicios del siglo XX está en estos inicios del XXI muy olvidada, un siglo después.