viernes, abril 04, 2014

Julio de Lazúrtegui González


El visionario que atrajo la industrialización al Bierzo.
Nuestro personaje nace en Bilbao en 1859, con raíces vascas e indianas. Su característica fundamental sería sus dotes casi de visionario y de un fuerte optimismo de cara al futuro de su país. En el momento que le tocó vivir su juventud tras el Desastre de 1898 y en pleno regeneracionismo, con un país que había perdido sus colonias y el tren europeo, su máxima aspiración era superar esta situación mediante la observancia de lo que ocurría en una Europa en plena fase de desarrollo industrial. Así visitaría pronto Inglaterra y Alemania especialmente, además de Suecia, Bélgica (también el México de una parte de su familia en el que trataría de establecer contactos hispanoamericanos). Su atención y estudios no sólo se enfocaban en lo industrial (minería) sino que era un gran aficionado a la música y le veremos incluso publicando un estudio sobre la música del País de Galés aprovechando una estancia en Inglaterra por negocios, así mismo era fan de Wagner o Vivaldi a los que daría su nombre a dos conocidos cotos mineros de Hierro en El Bierzo, con una especie de genialidad de compaginar ambas facetas al resaltar la innovación y fuerza que traían estos artistas a la música clásica y la que él mismo quería traer también al panorama industrial español siguiendo las corrientes centroeuropeas.
Sus contactos y posición acomodada le permitirían iniciar estos proyectos y fijarse en El Bierzo ante lo agotado del modelo Vizcaíno (y como empresario su ojo buscaba terrenos vírgenes alejados de los monopolios extranjeros que explotaban su tierra) como una nueva zona a explotar industrialmente ante la abundancia de hierro, carbón y agua que allí descubre, siendo el verdadero descubridor de las riquezas del Bierzo. Su idealismo y visión de futuro nunca fue comprendido por las élites dirigentes o empresariales españolas, y con desesperación vería como sus proyectos fueron quedándose a medias e incluso con circunstancias favorables como el contexto de la Primera Guerra Mundial que obliga a España a proveerse así misma de hierro y carbón así como ve la oportunidad de ventas a los beligerantes, sólo se busca el beneficio a corto plazo y no se invierte en el futuro. Así su “Vizcaya a crear en El Bierzo” (que publica ya en 1918) quedaría coja de siderurgia y comunicaciones, ni Altos Hornos ni ferrocarril hasta el Mar por Ribadeo y unas minas de hierro que acabarían cerrando.
Con todo y en lo que más nos interesa como bercianos podría considerársele el primer descubridor de las riquezas minerales del Bierzo, o más bien y precísamente, el que atraería la atención sobre las mismas para que en el periodo crítico de 1918 el Estado con su ministro Cambó decida lanzar el proyecto del propio Lazúrtegui con la creación de la MSP, aunque como sabemos quedase a medias y en vistas de fines menos optimistas o a largo plazo, si bien empezó con todo el paso firme posible. Lazúrtegui se implica de forma directa en esta febril actividad con el Coto Wagner (aunque pronto lo cederá y no será verdaderamente explotado hasta 1953) y otros proyectos mineros y ferroviarios en la zona de Ribadeo, para los que se constituye en gestor de una sociedad minera. Se llega a plantear en otro de sus “alocados” proyectos unir el ferrocarril minero de Ribadeo con Villafranca para dar la necesaria salida al litoral al mineral berciano, hecho que hubiera permitido una verdadera siderurgia y cuya imposibilidad explica la inconclusión del extremo del proyecto.
Otra faceta de Lazúrtegui es su americanismo quizás motivado en gran parte por sus raíces mexicanas por parte de su madre, y más bien tras el Desastre ve la necesidad de reabrir las relaciones con Hispanoamérica para establecer Bilbao como puerto hacia América, donde plantea varias exposiciones universales o un barco-exposición con rumbo a América. Esta unión garantizaría la recuperación económica de España así como reafirmar los lazos culturales, en un segundo plano pero no tan alejado como pudiéramos suponer dados los constantes intereses culturales de Don Julio siempre en contacto con los capitalistas. Tanto es así que le vemos presente en la vida cultural bilbaína en torno a su teatro a donde por ejemplo fomenta la llegada de las novedosas obras de Wagner a la ciudad.
En sus viajes reafirma sus ideales. Desde su juventud en Alemania e Inglaterra como estudiante, a donde vuelve en repetidas ocasiones. Su dominio del inglés (gracias al que llega a publicar una novedosa guía inglesa de Bilbao) y probablemente del francés y alemán le permiten estar en contacto con las modas europeas, como vemos. Sus vinculaciones al círculo empresarial vasco del que es representante en diversas ocasiones también le hacen participar en congresos internacionales del Instituto del acero le hacen viajar a Rhenania donde compara y asemeja los frondosos paisajes entorno al lago Laach con el berciano lago de Carucedo o a los robledales de las montañas de Peñalba. Alaba en 1902 la fijación alemana por la industria del acero, sus avances técnicos y su proteccionismo sobre las minas de Lorena y Suecia (concuerdan con su propio nacionalismo aunque nunca hizo gala del mismo en sus escritos, así como su ideología monárquica que prefiere guardar para su intimidad y no tergiversar con ello a sus lectores). También visita la Exposición Universal de París de 1900 donde se traslada con toda su familia durante un mes como embajador español y compara el desarrollo de la provincia de Vizcaya en conexión con su desarrollo industrial con lo sucedido igualmente en otras zonas Europeas industrializadas. También viaja a Suecia donde alaba el aprovechamiento técnico de sus minas así como indica varias posibilidades que le valen el recibir el prestigioso premio de la órden de Wasa, no muy común para los extranjeros. Igualmente tras un largo periplo por América escribe una de sus obras más importantes España ante el Hemisferio Occidente, agudo estudio de las relaciones entre ambos lados del Atlántico.
Hasta sus últimos años permanece fiel a su trabajo y aficiones si bien la vejez le impide ejercitarlos en profundidad y así en 1943 una enfermedad respiratoria mal curada da fin a su vida, dejando todavía la tinta fresca de los artículos (vocación cuasi periodística que le ocupa los últimos años) que escribía en su despacho. Ya en 1922 Ponferrada le había honrado con poner su nombre a su principal plaza, llamada hasta entonces de La Puebla o de los mesones, hecho que le trajo gran alegría en su momento y ante el que admitió textualmente que le trajo sosiego ante la ingratitud e incomprensión que sufrió durante su vida por causa de sus ambiciosos y visionarios proyectos.