Mateo Garza
FARMACÉUTICO, ALCALDE Y DRAMATURGO.
De nuevo nos ocupamos de otro de esos representantes de la
generación de oro de intelectuales bercianos, los llamados prohombres
bercianos del siglo XIX. Personajes pertenecientes a una nueva y pujante
burguesía ávida de espacio social pero con pretensiones también de desarrollo
de su atrasada tierra: un Bierzo agrícola, olvidado, sin vías de comunicación
y altos índices de analfabetismo que
estaba en aquellos momentos sufriendo la agónica crisis de la filoxera que
afectaba a su única “industria”, la actividad vinatera.
Mateo Garza García nace para variar no en una villa de la
Hoya berciana si no en un recóndito punto de la Comarca, por aquel antes más incluso que
hoy: un San Pedro de Montes cobijado por el antiquísimo monasterio benedictino, en
un histórico año de 1823 en el que dejaba de existir la Provincia del “Vierzo”. Su
madre era natural del pueblo y su padre procedía de Samos.
Pero pronto bajaría a Ponferrada a estudiar. Proseguiría
luego sus estudios en Madrid, algo propio de privilegiados para la época.
Allí tomaría las decisiones que orientarían toda su vida, dado que hubo de
elegir entre sus ilusiones o tratar de labrarse un futuro más seguro.
Entra a estudiar Farmacia pero su pasión se descubre como el
Teatro. Entra en ámbitos de tertulias culturales de la capital y allí se le
ofrecen grandes posibilidades como actor tanto como autor. Algo le haría
cambiar de idea, parece que fue el amor por una berciana así como por su
tierra, cosas ambas a las que hubiera tenido que renegar ya que para continuar la
carrera teatral debería permanecer en Madrid.
Así finalmente vuelve a Ponferrada con el título
universitario y abre una de las primeras y mejores Farmacias modernas de la
ciudad en la Plaza de la Encina, centro de la ciudad en aquellos tiempos. Se
casa con su amor Valentina López, pocos meses después de recibir noticias del
triste y romántico fin (“en extraña tierra”) de su gran amigo: Enrique Gil y
Carrasco en 1846.
Y es que nuestro protagonista no abandonaría totalmente su
pasión. Junto a otros amigos suyos y compañeros de generación, colaboraría en
el establecimiento de la llamada
Sociedad de Teatro de Ponferrada, probable fundamento del Teatro Bérgidum de
Ponferrada, y que serviría de tertulia y elemento vehicular para este nutrido grupo
de Prohombres decimonónicos: Enrique Gil , Isidro Rueda, Nemesio Fernández,
Pascual Fernández Baeza, Antonio Valdés, Lorenzo Fuentes, Antonio Fernández
Morales, etc. Mateo Garza llegaría a ser presidente de la asociación. Un cierto
clima cultural que le resaltaría bien el senador Pascual Fernández Baeza en una
carta a Mateo: “(Ponferrada una villa de 500 vecinos que cuenta entre sus hijos)
al malogrado y eminente Don Enrique Gil, el poeta del sentimiento; a usted que
anuncia tan feliz disposición para la poesía dramática y al que dedicarse a la
sencilla fábula tiene la fortuna de que hayan sido acogidas por el público con
deferente benevolencia sus producciones”.
Dos años después de la muerte de su autor elabora la adaptación teatral del Señor de Bembibre. Que aunque ha recibido críticas sobre su
fidelidad a la novela o sobre su riqueza artística, el hecho de su singularidad
así como ser Mateo amigo personal del propio Enrique no puede si no ser una
ventaja. Compondría otras obras de éxito local si
bien poca trascendencia y de cierta ingenuidad artística dado su aislamiento de
la escena madrileña.
Sería autor de obras de otros géneros como la poesía o la
prosa fantástica donde por ejemplo plasma en tinta y con retórica leyendas populares
bercianas como la de la Cueva de La Mora del Castillo de Ponferrada, en la que
trata de explicar románticamente –en todos los sentidos- su origen. Sobre su
niñez y su origen escribe sobre la Aguiana:
“Siempre tu majestad habló a mi mente,
por que, muy niño, colosal montaña,
vi las nubes rodar desde tu frente
hasta el limpio cristal que tus pies baña…
al remontarse a tu elevada cima,
matrona de este valle, encantadora,
dulce, un recuerdo de mi esperanza anima
la santa virgen, que en tus riscos mora;
no olvido nunca que mi madre, un día,
llena de unción y maternal cariño,
a esta madre del Señor pedía
fe, para el tierno corazón de un niño…
Y ese niño era yo….
Oh, yo te admiro, colosal Aguiana,
porque en tus brañas aprendí a ser hombre,
diome la Viergen esta fe cristiana,
con que bendigo su glorioso nombre.
No quedaría aquí su trayectoria, su don de gentes y simpatía
le harían ser llevado a la alcaldía de la ciudad en 1860, donde trataría de
emprender un programa de reformas no siempre exitoso o fructífero dadas las
duras condiciones de los tiempos. Fallecería tras perder a su mujer en 1882,
dejando el prestigio de un “hombre bueno”, poeta y soñador.
Y de esta manera su amigo y sacerdote Silvestre Losada registraría
tras su defunción las palabras de otro de sus conocidos, el escritor foráneo
pero otro enamorado del Bierzo, Acacio Cáceres Prat: “Deseo consagrar un
recuerdo triste y cariñoso a la amistad y al respeto (…). Existen en algunos
pueblos y algunas épocas, ciertos títulos privilegiados de carácter y acción,
que llegan a ser las figuras simbólicas del saber y del bien, haciéndose
proverbiales y formando épocas en los pueblos. Tal era don Mateo Garza en
Ponferrada: caballero afectuoso, simpático y amable; de hábil talento y de
carácter noble, como su figura, imponía afecto y amistad con tales armas.”
Aún hoy –y a diferencia de otros ilustres colegas suyos que no
cuentan con ese honor- una calle ponferradina lleva su nombre.